“La misericordia se hizo carne.”
Como todos bien sabemos, Navidad es el inicio y celebración del tiempo nuevo para la historia de los hombres. El nacimiento del Hijo de Dios en Belén transforma y recrea toda la creación con su presencia divina. Este acontecimiento es tan grande, que marcó la historia para siempre, en un antes y un después de su realización.
En esta Navidad, además, empezamos a caminar, junto con toda la Iglesia, el año santo del Jubileo de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco bajo el lema: “Misericordiosos como el Padre”. Y es precisamente en el nacimiento de Jesús, cuya ‘persona no es otra cosa sino amor…” (Misericordiae Vultus 8), en donde Dios mismo nos manifiesta todo su amor misericordioso, que ilumina de una manera nueva este mundo, tan maravilloso, pero herido por nuestros errores, mezquindades, limitaciones y pecados.
Celebrar la Navidad
Celebrar la Navidad es hacer memoria de este nacimiento, con el que Dios nos “primerea”, no por nuestros logros y merecimientos, sino simplemente porque quiere manifestarnos su cercanía y cariño.
Celebrar la Navidad es hacer memoria que Dios se nos dona gratuitamente y sigue esperando que cada uno lo recibamos libre y confiadamente. No quiere entrar por la fuerza en nuestro corazón. “Estoy a la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20). Que no nazca en vano depende de nosotros.
Celebrar la Navidad es hacer memoria que, justo en medio de la pobreza de una familia sin hogar ni lugar para dar a luz, Dios está haciendo el milagro de una vida nueva, manifestando su amor en la humildad y no en la omnipotencia. Por lo tanto, celebrar hoy la Navidad es volver a creer que, en la sencillez de cada día, y en las cosas más ordinarias y cotidianas, con escasos medios y aún con todas las pobrezas que suelen sofocarnos, podemos descubrir y acoger la presencia de este Dios-Amor, que hace nueva y distinta la vida humana.
Celebrar la Navidad es hacer memoria y celebrar el amor misericordioso de Dios y por eso dejar de lado la venganza, el resentimiento y la mirada mezquina que da o responde según lo que los demás me hicieron. Es creer en la posibilidad real de nuevas relaciones en la familia y sociedad, aceptando la carga de nuestras propias responsabilidades, y no dejando para los otros la solución de los problemas, ni instalándonos en críticas inútiles y siempre inoperantes. Es vencer el mal a fuerza de bien, con un deseo fuerte de reconciliación, de verdad y de paz, y siempre convencidos que sin misericordia no hay verdadera justicia.
Celebrar la Navidad es hacer memoria y valorar en Cristo toda vida, y por eso aceptar como un regalo de Dios cada vida humana con sus propias peculiaridades y diferencias; es hacer espacio a los demás para que cada uno pueda vivir con plenitud y dignidad. Por lo tanto, celebrar la Navidad será realidad cuando, como Jesús, todos nos acerquemos solidaria y amorosamente hacia aquellos que pasan por diversas miserias, exclusiones y sufrimientos. Y esto, tanto de modo personal como también con acciones comunitarias, buscando la construcción de una Patria de hermanos.
Celebrar la Navidad es hacer memoria y confesar que Dios en Cristo Jesús redime la historia humana penetrando cada situación humana y todos los vínculos sociales. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por lo tanto celebrar hoy la Navidad es optar decididamente por una distribución equitativa de los bienes para que todos vivan en la dignidad de hijos de Dios, superando el asistencialismo por la promoción integral de cada persona, en especial de los más pobres. Es asumir un estilo de desarrollo que garantice que la creación sea hoy y mañana “la casa de todos”. Es recorrer caminos de diálogo participativo para resolver los desafíos de cada día. Es luchar contra la corrupción.
Con la mirada de la misericordia
Cuando el evangelista nos dice que “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14) nos está diciendo que Dios llena toda la humanidad y puede recrearla con la fuerza de su presencia. Y que en medio de la fragilidad (en la Biblia, “carne” designa al ser humano no sólo en lo físico, sino principalmente en su condición frágil y limitada) Dios quiere engendrar algo inédito y mejor, a pesar de los pesares.
En Jesús “la misericordia se hizo carne”. Esta “Encarnación de la Misericordia” nos interpela a todos a una conversión profunda y nos invita:
Como Pastores nos comprometemos a vivir, acompañar y animar esta presencia tierna, cercana, compasiva y amorosa de Dios en nuestra Iglesia y en la sociedad. Confiamos en la fuerza que nos viene de lo Alto y en María, Reina y Madre de la Misericordia, que vivió siempre con el corazón atento a quienes pasaban por alguna necesidad.
Con nuestra bendición les deseamos una ¡Feliz Navidad y un año 2016 lleno de esperanza!
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