“Cuando fui padre, comprendí el dolor de mi viejo”
Creció con sus abuelos y supo que su madre estaba desaparecida y que podía tener un hermano o hermana a los diez años, cuando su papá volvió al país y le contó la verdad. “No tenemos real dimensión de la importancia de Abuelas en la memoria de este país”, dice.
Marcos Solsona tiene 43 años y acaba de encontrar a su hermana, la hija de Norma Síntora y Carlos Alberto Solsona o, en la cronología de casos de las Abuelas de Plaza de Mayo, la nieta 129. “Vivir con la duda es como estar pisando algo que está temblando todo el tiempo”, dice, con la esperanza de que su hermana tenga, de ahora en más, un suelo firme. Aunque intuye que en este momento a ella tal vez le tiemble el suelo, el techo y las paredes. Por eso es cauteloso. “Es un cimbronazo muy fuerte. Tiene más de cuarenta años, una vida. Nosotros sabíamos que buscábamos a alguien y ella no sabía con qué se iba a encontrar. Y le tocamos nosotros en suerte. Me parece que es muy difícil para ella, pero a la larga debería ser todo ganancia. Me imagino que saber que te buscaron durante tanto tiempo debe estar bueno”.
Marcos es también una víctima del terrorismo de Estado, aunque él se justifique y se perciba como “la víctima con menos daño”. También durante su infancia tuvo que recuperar parte de su historia. Supo de la desaparición de su madre y de la posibilidad de tener un hermano o hermana cuando tenía diez años, luego de que su papá pudiera regresar al país desde el exilio y le contara la verdad. Antes, sus abuelos le dijeron que su mamá estaba en Europa con su papá y, unos años después, que había muerto en un accidente.
“Cuando yo tenía ocho años, me dijeron que mi vieja se había muerto. Intervino una psicóloga, pero con muy poco tacto. Me lo dijeron muy de repente y recuerdo que me enojó tanto…me acuerdo que estaba entrando a mi casa con la bicicleta y mi abuela me dice que mi vieja había tenido un accidente y a los dos o tres días me dijo que murió. Pero cuando me dijo lo del accidente ya me imaginaba algo raro, porque uno es chico pero no boludo, y me enojé mucho, fue violento”. La rabia no era sólo dolor por la noticia de la pérdida, era también parte de una incomodidad, un relato que no cerraba. “Mi vieja tenía otro hermano que también está desaparecido, la casa de mis abuelos había sido allanada, yo crecí en Cruz del Eje, que era un pueblo chico y uno va escuchando cosas aún sin querer. Por ahí venía cualquiera y decía cualquier barbaridad, como que a mis viejos los había fusilado el FBI. Era una sociedad que vivía con mucho miedo. Además, había muchas charlas entre adultos. Yo era chico y estaba jugando con mis primos, los adultos se piensan que los chicos no escuchan nada y escuchan todo, había cabos sueltos por todos lados. Por eso, el momento que me encuentro con mi viejo es un alivio, si bien me entero lo que había pasado con mi vieja, sentí que alguien venía y me decía la verdad sin vueltas. Y me permitió encarar un duelo desde otro lugar”, cuenta ahora Marcos.
Sus padres, Norma Síntora y Carlos Solsona, se conocieron en Córdoba en 1968, durante el ingreso a la facultar de Ingeniería Electrónica. Primero fueron amigos y en 1974 se pusieron de novios, un año después de casaron y tuvieron a Marcos. Ambos militaban en el PRT. A fines de 1976, empezaron a pensar en la posibilidad de salir al exterior. Marcos, por seguridad, estaba a cargo de sus abuelos maternos. En mayo de 1977 Carlos ya estaba fuera de país y el plan era que Norma y Marcos lo siguieran. Pero el 21 de ese mes, Norma, con ocho meses de embarazo, fue secuestrada en Moreno, posiblemente en la casa donde vivía con una pareja de compañeros. Por la zona del secuestro, se supone que Norma fue llevada a Campo de Mayo y que tuvo a su hija en una de las maternidades clandestinas de ese lugar.
–¿No hay ningún dato certero sobre tu mamá? ¿nadie la vio?
–No existe ningún testimonio de alguien que la hubiera visto en un centro clandestino de detención. La última pista que tenemos es esa casa. Mi vieja hace toda su militancia en Córdoba. Y en 1977 el PRT ya estaba buscando la forma de que se vayan al exilio. La cuestión es que mi vieja era cero negativa, yo nací cero positivo y ella necesitaba ponerse unas inyecciones para proteger al bebé. Mis abuelos alcanzan a mandarle dinero para que ella se haga el tratamiento pero nunca nadie pudo comprobar si ella se lo había hecho. Eso era una complicación más. Cuando ella cae, estaba en Buenos Aires porque le estaban armando una salida al exterior. Nos hemos enterado hace unos diez años del lugar, que es el más probable, tampoco estamos seguros.
–Cuando te reencontraste con tu papá, ¿te acordabas él?
–No. Tenía fotos y cartas, fotos de diez años antes. Pero cuando lo vi bajar del colectivo me di cuenta que era él.
–También tuviste que recuperar parte de tu historia.
–Sí, es cierto, pero considero que en esta historia fui la víctima con menos daño. Está mi vieja, mi hermana, mi viejo, al que le faltaba su hija. Mis abuelos me ocultaron la verdad por miedo. Eso lo pude entender diez años después y lo pude hablar con ellos. Crecí sin mis padres, pero tenía mis cuatro abuelos, mis tíos, primos, todos estuvieron súper pendientes de mí.
–Vos decís que en ese momento te alivió saber la verdad, en otra dimensión, porque es mucho más complejo, ¿esperas que pueda ser similar para ella?
–Si, espero que no tengamos grandes trabas para construir un vínculo, pero es un cimbronazo muy fuerte. Tiene más de cuarenta años, una vida. Nosotros sabíamos que buscábamos a alguien y ella no sabía con qué se iba a encontrar… y le tocamos nosotros en suerte, qué se yo (se ríe) Me parece que es muy difícil para ella pero a la larga debería ser todo ganancia. Me imagino que saber que te buscaron durante tanto tiempo debe estar bueno.
Marcos cuenta que, a través de los años, la posibilidad de encontrar a su hermana
muchas veces se desvanecía. “Cuando fui padre por primera vez se reflota el sentimiento de esperanza. Ahí comprendí el dolor que sentía mi viejo todos los días, que te falte un hijo”. Y dice que el anuncio del encuentro, esta semana, lo agarró de sorpresa. “Era un día totalmente común, de rutina, estaba en el negocio donde trabajo charlando con mi compañero y me llamaron de Abuelas para que vaya a Buenos Aires. Yo me sorprendí y medio que me di cuenta porque ¿para qué más me van a llamar con tanta urgencia? Me cayó la ficha y me fui preparando para los distintos escenarios. “
–¿Pudieron hablar?
–Sí. Estamos estableciendo el vínculo de a poquito. No quiero hablar porque ella necesita solucionar algunas cosas y es necesario que ella esté resguardada. Pero estamos en contacto. Aliento a cualquier persona que tenga dudas a que se presente en Abuelas y se haga la prueba. Tiene todo para ganar. Entiendo que es difícil para una persona encontrarse con esto, pero es mejor encontrarse que no. La cuestión de la identidad es fundamental en el individuo y vivir con la duda es pernicioso, estas pisando algo que está temblando todo el tiempo. Saber quién sos, tener al menos esa seguridad, vengo de acá. Quiero destacar el valor de la institución Abuelas, no solo por la lucha, la búsqueda, sino los equipos técnicos que son súper profesionales. Hay gente comprometida con la causa, pero que además se capacita, son serios, responsables. No tenemos real dimensión del trabajo que hay ahí y de la importancia de Abuelas en la memoria de este país.
–¿Y cuándo te confirmaron que la habían encontrado?
–Cuando llegué a Abuelas me informaron de toda la situación. Como a las dos horas llegó mi papá, habrá sido unas dos horas antes de la conferencia de prensa del martes. Cuando mi papá entró a la casa de Abuelas todo el mundo empezó a aplaudir… así que no hizo falta nada más. Solo lo sentaron y le dieron los detalles. El estaba feliz de la vida, después de 42 años.
(Fuente: Pagina 12.)
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