A un año del día en que Macri incendió la economía

El lunes 12 de agosto de 2019, el entonces Presidente le dio una orden a su equipo económico: “Córranse del mercado”.

Hace un año, Mauricio Macri incendió la economía argentina; y el país viviría las peores 48 horas en décadas. El 12 de agosto de 2019, un día después de haber perdido las PASO contra Alberto Fernández, los mercados se sacudían ante la realidad de un nuevo país a futuro, y se arrepentían de haber creído hasta en las encuestas que aseguraban hasta el viernes anterior que las primarias traerían un empate técnico (algo que pondría a Cambiemos al borde de la reelección). Ante el panorama, el entonces Presidente lanzó la peor fase económica de todo su mandato. Devastado, a horas de haberse confirmado el resultado de esas primarias a favor del candidato opositor (47,6% contra 32%); Macri ofreció una conferencia de prensa junto a su compañero de fórmula Miguel Angel Pichetto; contemporáneamente a la apertura de los mercados. Con cara de cansado, ojeras y casi sin furcios hechó la culpa del colapso de los mercados al resultado electoral y por ende a los argentinos que votaron el domingo, ocultando su propia decisión de dejar que los mercados “exploten”. Aseguró que “hoy somos más pobres que antes de las PASO”, en referencia a la devaluación y la consecuente aceleración inflacionaria. “Por más que nosotros lo contengamos exitosamente, si se confirmase que el kirchnerismo gana la elección en octubre (elección presidencial) o noviembre (balotaje), ese problema va a estar; esto es solamente una muestra de lo que va a pasar”. “El problema mayor es que alternativa kirchnerista no tiene credibilidad en el mundo; no tiene la confianza necesaria para que la gente venga a invertir en el país”. “El riesgo país (de la Argentina) subió 350 puntos en una hora, el dólar subió lo que subió, eso demuestra que hay un problema grave entre el kirchnerismo y el mundo”, añadió. “Como presidente estoy acá para ayudarlos en lo que pueda, pero no es fácil, porque ellos (por el kirchnerismo) ya gobernaron y tienen que demostrar que no van hacer lo que hicieron antes”, cerró su mensaje.

Macri vivió pasionalmente ese 12 de agosto. Como le ocurriría a cualquier jefe de Estado de cualquier país en esas circunstancias, lo primero que nacería era la negación. Luego el enfurecimiento y finalmente la aceptación de la realidad y su consecuente resignación.

Económicamente algo quedaba en claro en aquella mañana de invierno. La sociedad argentina ya no estaba dispuesta a apuntalar el plan de ajuste que aplicaba el Gobierno de Mauricio Macri. Ya no tenía más vida ese mensaje que el macrismo intentó transmitir hasta esas elecciones testimoniales (donde nadie había sido electo) y que aseguraba que lo que vendría en el 2020 era mejor que lo vivido en estos tres años y medio. Y también quedaba claro que hacia adelante tendría que venir un cambio radical en el plan económico del oficialismo si Mauricio Macri quería llegar con vida electoral a octubre. Y que inevitablemente el plan de ajuste tenía que ser severamente modificado. El grave problema para que eso fuera posible era que cualquier desvío, especialmente en lo fiscal, estaba absolutamente vedado por el Fondo Monetario Internacional que sólo le permitiría al Gobierno sostener el acuerdo firmado en septiembre de 2018 con algún desvío de no más del 1% de déficit fiscal primario.

Como siempre, la primera reunión de ese lunes fue con su fiel jefe de Gabinete Marcos Peña, con quién repasaría lo que había sucedido el domingo. La segunda sería la más importante del día. Temprano, adelantándose a la apertura de los mercados, estaban citados en la Casa Rosada el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y el presidente del Banco Central Guido Sandleris. Antes había decidido que la reunión de Gabinete que tenía pactada para las 10:30 se concrete cuando los mercados ya hayan cerrado. Quería que ese encuentro con sus dos principales colaboradores de su ya deshilachado equipo económico no tuviera hora de finalización. Que durara lo que debiera durar. Y que lo que se dijera en ese encuentro fuera en el más profundo secreto.

Antes de hablar con Dujovne y Sandleris, Macri había consultado vía Whatsapp a algunos de los consultores de primer nivel con los que habitualmente cruzaba ideas, sobre como veían la apertura de los mercados de ese lunes pos derrota electoral. Ninguno había sido optimista. Todos le mencionaban lo enojados que estaban los mercados desde el mismo domingo, al recordar los resultados de las encuestas de Elypsis y BTG Pactual que anticipaban un buen resultado para el oficialismo y que le habían hecho invertir a los fondos locales y del exterior, casi desbocadamente, en activos argentinos. “Hoy se cae todo”, “va a ser un día durísimo. No podemos predecir que tan duro, pero de los peores desde abril del año pasado”; “Hoy volamos por el aire”, eran algunos de los mensajes que bombardeaban el celular del jefe de Estado. Macri sabía ya que ese lunes sufriría una segunda gran derrota en menos de 24 horas. La de los mercados.

La reunión entre los tres hombres en crisis duró casi dos horas. Al final el jefe de Estado tomó una decisión radical: les ordenó a Dujovne y Sandleris “corranse del mercado” y esperar a llegar a “nuevos precios de equilibrio”. Sus dos funcionaros ensayaron una mirada indiscreta, pero no cruzaron palabra. Ni siquiera lo hicieron al abandonar el despacho del jefe de Estado. Uno, Sandleris, bajó los escalones que separan el primer piso con la planta baja de manera más rápida que el otro. Dujovne fue el primero que pudo refugiarse en su despacho del Palacio de Hacienda, oportunamente ubicado frente a la Casa Rosada. Sandleris la pasó peor. Debió caminar las cuatro cuadras que separan el edificio de Balcarce son la sede del BCRA en la calle Reconquista. Inevitablemente tuvo que cruzarse con algunos operadores de la city, que insistían en tener alguna primicia exclusiva sobre los movimientos que haría la entidad en esa jornada que ya se anticipaba megacomplicada. Ambos tomaron la misma decisión al llegar a sus despachos: se reunirían con sus colaboradores directos, y no hablarían hasta después de la reunión de Gabinete de la tarde y de las prometidas palabras del Presidente al país.

Un día después de las PASO, y de que hablara los ciudadanos, los que se pronunciarían ahora serían los operadores financieros de todo nivel, orden e importancia. Y, como se preveía, lo hicieron de una manera desoladora. Ese lunes 12 de agosto, la bolsa registró uno de sus más bruscos descensos de la historia como respuesta al resultado adverso del Gobierno. El índice bursátil S&P Merval cayó un 37,01%, a un cierre de 27.940,25 unidades, golpeada por un derrumbe en las acciones de las empresas financieras y energéticas; las que, se preveía, serían las más perjudicadas ante un gobierno de Alberto Fernández. Entre el récord del viernes 9 y el cierre de ese lunes, la caída en dólares fue del 46,2%. Esa debacle de la renta variable argentina se reflejó además en las bajas históricas para los ADR de compañías argentinas que se negocian en Wall Street. En este mercado, las empresas nacionales perdieron fortunas incalculables. Valen algunos ejemplos: Banco Francés bajó 55,9%; Banco Supervielle 58,7%; Edenor (58,9%); Central Puerto (55,9%) y Pampa Energía 53,7%. En el mercado de acciones, esta demolición implicaba la segunda caída más importante desde el 50% que habían sufrido los papeles privados en la primera rueda de 1990, luego de la aplicación del plan Bonex durante el gobierno de Carlos Menem, y después de tres días consecutivos de feriado cambiario. Los títulos públicos cayeron hasta 15% casi sin puntas compradoras, deprimiendo aún más unos valores que, en algunos casos, estaban ya en niveles predefault. El Banco Central avaló una nueva alza de las tasas de Leliqs, llevándolas a un exuberante 74,78%; dinamitando cualquier tipo de reactivación de crédito para privados, si es que a esa altura aún quedaba alguna línea con vida.

Obviamente, el shock arrastró también al dólar. En los bancos privados la divisa llegó a venderse entre los 60 y los 65 pesos, en medio de escenas de desesperación ante la inacción del BCRA durante las primeras horas de la jornada. Obedeciendo la orden de Mauricio Macri, el BCRA directamente se corrió de escena y dejó correr al dólar. Solo apareció para imponer un precio final después de las 13 horas, cuando el pánico y la desesperación ya habían invadido los mercados. Finalmente, y luego que la entidad, casi al final del día vendiera unos u$s160 millones (100 en tres intervenciones y 60 en subasta), el cierre fue a 57,30 pesos. Implicaba una devaluación del 21,3%; la segunda más alta desde el 17 de diciembre de 2015, cuando el gobierno de Mauricio Macri había levantado el cepo, y cuando todo era esperanza. Desde el comienzo del año la devaluación ya acumulaba un 40,6% y casi duplicaba la inflación de 25% que se acumulaba hasta ese agosto. El riesgo país, que navegaba desde hacía días cerca de los 800 puntos, pasaba a cotizar en una sola jornada por encima de los 1.467 puntos básicos; un nivel de default. La salida de dólares del sistema se contabilizó en unos u$s1.200 millones en un sólo día. Pese a las tasas de interés no se renovaron ese día depósitos por unos $35.000 millones, y los bancos renunciaron a renovar Leliqs por $159.000 millones; mientras que los depósitos en dólares cayeron de 35.503 a 31.305 millones. Si bien era imposible de calcular el nivel de pérdidas que había sufrido el mercado de capitales argentino: se estimaba entre los operadores que las empresas privadas del país que tenían vinculación con los diferentes mercados de capitales, que el pasivo superaría el 20% del total del dinero invertido.

La jornada había sido dramática, de pánico, desesperación y furia. Muchos de los operadores, fundamentalmente desde el exterior, consideraron que era el momento de la rendición con la Argentina y del retiro de todos los activos posibles. Hasta nuevo aviso, el país y sus mercados de capitales pasarían a la función “delette”.

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