Luiz Inácio Lula da Silva lanzará oficialmente este sábado en un acto en San Pablo su candidatura presidencial para las elecciones del 2 de octubre, en las que parte como favorito frente al mandatario de ultraderecha Jair Bolsonaro, en un clima de amplia polarización y de disputa entre dos modelos de país en el principal socio de Argentina.
El acto, al que está convocada la militancia y aliados, era la oportunidad para la gran presentación ante el Partido de los Trabajadores (PT) de su compañero de fórmula, el conservador Geraldo Alckmin, que fue su rival en las presidenciales de 2006 y ahora es considerado clave para atraer al electorado de centroderecha no bolsonarista, pero que finamente estará ausente después de que este viernes se confirmara que tiene Covid-19.
En la campaña de Lula, que a los 76 años se presenta por séptima vez como candidato, el objetivo es acumular apoyos para lograr una victoria en primera vuelta. Gran parte de la atención política del exmetalúrgico, que presidió el país durante dos mandatos, estará centrada en sus alianzas para poder tener al menos un tercio propio de la presencia en el Congreso, clave para la gobernabilidad.
Lula llega al lanzamiento luego de haber sido tapa de la revista Time y de haberse posicionado contra el estándar de la OTAN en la guerra entre Rusia y Ucrania
El fundador del PT es líder en las encuestas con entre el 41 y el 45% de los votos y supera en entre 8 y 15 puntos a Bolsonaro, quien por su parte ha lanzado dudas sobre la transparencia electoral y está utilizando a las Fuerzas Armadas como una suerte de “garante” del Tribunal Superior Electoral, al que ya acusó de buscar perjudicarlo.
Lula vuelve al ruedo como candidato luego de una vida de guión cinematográfico: desde el hambre en los años 50 y el abandono de la escuela primaria, pasando por su viaje en camión de Pernambuco a San Pablo, donde se recibió de tornero, hasta su entrada a las fábricas, donde construyó su carrera sindical y política contra la dictadura militar.
Tras haber sido el presidente mejor evaluado de la historia, con el 87% de aprobación al dejar sus gobiernos (2003-2010), la imagen de Lula sufrió un fuerte revés durante la época de la Operación Lava Jato, que arrastró a su vez a la gestión de la destituida Dilma Rousseff.
Lula prometió el regreso a las políticas públicas de inclusión social, valorización del salario mínimo y la contrarreforma del sistema laboral
En 2018, Lula era el favorito en las encuestas, pero en abril de ese año fue detenido por orden del exjuez Sergio Moro en el marco de la Operación anticorrupción Lava Jato, una prisión que lo inhabilitó de la liza electoral, en la que Bolsonaro se impuso a Fernando Haddad. El exmandatario pasó más de 500 días preso y fue condenado en dos casus, pero todos los procesos en su contra fueron anulados dos años después por manipulación y persecución política.
Lula participó de las elecciones de 1989, 1994, 1998, 2002 y 2006 y se presentó en 2018, pero fue inhabilitado, de modo que esta es su séptima candidatura a la presidencia de Brasil, convirtiendo al partido que fundó, el Partido de los Trabajadores, en la fuerza de izquierda más grande de América Latina, que venció cuatro elecciones presidenciales de las ocho que se disputaron.
En una campaña que se pronostica “violenta, sucia y con fake news”, como dijo a Télam el exgobernador de San Pablo Joao Doria, candidato presidencial del Partido de la Social Democracia Brasileña, surgió la preocupación por la seguridad de Lula.
“De seguridad privada no hablo en público. Espero que Dona Lindú (mi madre) me proteja”, contestó el líder del PT esta semana al ser consultado sobre los riesgos de seguridad y el clima de odio de la ultraderecha, que está haciendo campaña con el slogan “Lula ladrón, tu lugar es la prisión”, pese a que sus causas fueron anuladas por persecución y parcialidad de Moro.
Alckmin, exgobernador del PSDB, aceptó ser vice de Lula luego de afiliarse al Partido Socialista Brasileño (PSB) y abrió una nueva frontera de diálogo político en Brasil
Los ejes de la campaña de Lula están basados en una fuerte agenda doméstica de lucha contra el hambre (110 millones de personas no tienen seguridad alimentaria, según datos privados), la inflación y el control de precios de los combustibles, con un perfil intervencionista de Petrobras.
“Quiero un Estado fuerte”, dijo Lula el jueves por la noche en la Universidad de Campinas, donde prometió el regreso a las políticas públicas de inclusión social, valorización del salario mínimo y la contrarreforma del sistema laboral modificado por la gestión de Temer y de Bolsonaro.
En el ámbito internacional, Lula apuesta a la integración regional con el objetivo de reducir la influencia del dólar en las transacciones en el Mercosur y en toda América del Sur y a tornarse un actor global, como lo fue en la primera década del siglo XXI, cuando el país, a base de ascenso social del tercio de la población más pobre y miserable, se convirtió en un gigante del consumo interno.
Tras haber sido el presidente mejor evaluado de la historia, con el 87% de aprobación al dejar sus gobiernos (2003-2010), la imagen de Lula sufrió un fuerte revés durante la época de la Operación Lava Jato
Además, buscará una mayor aproximación con los Brics -el grupo de países emergentes que Brasil conforma junto a Rusia, India, China y Sudáfrica-, y ha dejado en claro que no tendrá un alineamiento con el demócrata Joe Biden en Estados Unidos, por más que Bolsonaro haya sido un aliado del republicano Donald Trump.
Alckmin, exgobernador del PSDB, aceptó ser vice de Lula luego de afiliarse al Partido Socialista Brasileño (PSB) y abrió una nueva frontera de diálogo político en Brasil, sobre todo luego del éxito de la antipolítica representado por Bolsonaro y sus aliados neofascistas y libertarios neoliberales.
“El regreso de Lula es el resultado de ausencia de liderazgos dentro del Partido de los Trabajadores. Toda la renovación cayó en medio del camino, incluido el fracaso del gobierno de Dilma. Que Alckmin sea vice habla también que del otro lado no hubo renovación”, dijo a Télam el cientista político Alberto Almeida, del Instituto Brasilia y autor del best seller El Voto del Brasileño.
Esta es su séptima candidatura a la presidencia de Brasil, convirtiendo al partido que fundó en la fuerza de izquierda más grande de América Latina
Para Almeida, la elección promete darle “chances pequeñas” a Bolsonaro. Según el analista, en 2016 Trump derrotó en Estados Unidos a la favorita Hillary Clinton por una combinación de factores que parecían improbables.
“En Brasil deben ocurrir accidentes y cosas improbables para que Bolsonaro resulte ganador. Es improbable, pero no imposible. El escenario necesita cambiar para que Bolsonaro cambie. Esta elección por ahora tiene escenario de cambio y no de continuidad”, apuntó Almeida, que justificó su idea con la popularidad que tenían en sus años de reelección Fernando Henrique Cardoso, Lula y Rousseff, todos reelegidos.
Lula llega al lanzamiento luego de haber sido tapa de la revista Time y de haberse posicionado contra el estándar de la OTAN en la guerra entre Rusia y Ucrania, responsabilizando también al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, y al estadounidense Biden.
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