A través de turnos de tres meses, la iniciativa quiere asegurar la presencia francesa en este territorio de un kilómetro cuadrado en las islas Dispersas del océano Índico, mantener la pista de aterrizaje o desarrollar programas de estudio y conservación.
“Actualmente hay muy pocas oportunidades” de vivir en una isla desierta, explica el jefe de la misión, Emmanuel Cajot, un exmilitar apasionado por la botánica y conocedor de todos los oficios de la construcción.
Este hombre de 43 años, tranquilo y organizado, realiza su segunda misión de tres meses en esta isla.
“¿Volver? ¿Por qué no? Pero no inmediatamente, tengo más ganas de descubrir otra isla”, dice con una sonrisa dulce este hombre, cuyos ojos azules destacan sobre su piel tostada.
A través de turnos de tres meses, la iniciativa quiere asegurar la presencia francesa en este territorio de un kilómetro cuadrado en las islas Dispersas del océano Índico, mantener la pista de aterrizaje o desarrollar programas de estudio y conservación.
“Actualmente hay muy pocas oportunidades” de vivir en una isla desierta, explica el jefe de la misión, Emmanuel Cajot, un exmilitar apasionado por la botánica y conocedor de todos los oficios de la construcción.
Este hombre de 43 años, tranquilo y organizado, realiza su segunda misión de tres meses en esta isla.
“¿Volver? ¿Por qué no? Pero no inmediatamente, tengo más ganas de descubrir otra isla”, dice con una sonrisa dulce este hombre, cuyos ojos azules destacan sobre su piel tostada.
“Cuando nos reclutan, se supone que debemos ser suficientemente diestros para resolver los problemas o encontrar soluciones de repuesto”, explica.
Con la enfermera Erell Petrou y la agente ambiental Camille Legrand, el exsoldado llega al final de sus tres meses de aislamiento. El barco de reabastecimiento “Marion Dufresne” llega con su relevo: los tres próximos residentes efímeros de Tromelin.
La isla, con una altura máxima de siete metros, está cubierta de “veloutiers”, arbustos de apenas un metro de los que solo sobresalen las cabezas de los piqueros patirrojos, una de las siete especies de aves en el lugar.
Nada interrumpe la visión de un lado a otro del islote. Solo sobresale una avenida de cocoteros en el extremo norte de la isla que conduce al campamento base, un gran edificio rodeado por otros más pequeños.
En diciembre, toda la isla se funde bajo el calor húmedo del verano austral.
Reparto de tareas
La llegada del “Marion Dufresne” cada tres meses es una fiesta y un desafío para los tres habitantes de la isla, que ven terminado su aislamiento, pero también deben ocuparse de una veintena de personas mientras recogen su equipaje, aseguran la transmisión de las informaciones a sus relevos y reciben por helicóptero toneladas de abastecimiento: comida, agua, materiales de construcción…
Mientras Emmanuel va y viene entre la zona de aterrizaje del helicóptero y la base, cargando tubos de PVC o pequeños contenedores metálicos en un minitractor, Erell, de 46 años, descarga cajas de congelados o comida en conserva que todos los visitantes le ayudan a colocar en el almacén.
Enfermera desde hace 23 años, esta mujer alta y delgada, de ojos azules brillantes detrás de unas gafas redondas, explica que quedó seducida por la “polivalencia del puesto” que le permitía aprovechar otras competencias y por la idea de “vivir en una isla desierta”.
Con humor, casi parece lamentar que nadie haya necesitado cuidados sanitarios durante la estancia, pero añade que no ha estado precisamente desocupada.
Desde el inicio “las tareas cotidianas fueron compartidas”: cada uno tenía su día de cocinar y de limpiar las zonas comunes para evitar que estos trabajos fueran “foco de conflicto”. “Pero eso no impide la ayuda mutua”, añade.
Ella participó especialmente en las tareas asignadas a Camille: contar las tortugas verdes que acudían a desovar en las playas o los nidos de una especie de pájaro que vive en la isla o “ahuyentar” a los piqueros enmascarados que quieren poner sus huevos en la pista de aterrizaje que, aunque no se utiliza, hay que mantener despejada ante una eventual emergencia.
“No hay posibilidad de evadirse”
Con un máster en biología de organismos, Camille, de 26 años, volverá en tres meses para cumplir la segunda parte de su contrato.
La joven enseña a los pasajeros del “Marion Dufresne” cómo detectar para no molestarlos a los polluelos que en esta época se esconden bajo cada rama o a localizar los bloques de coral al lado de los caminos.
Bajita y de aspecto reservado, Camille ya pasó un invierno en las islas Crozet, también en el océano Índico, antes de presentarse para Tromelin.
“En Crozet me gustaba ir regularmente unos días a las cabañas”, unas pequeñas construcciones situadas a unas horas a pie, para “salir del contexto de la base”.
“Estoy contenta de marchar, pero también contenta de volver”, dice. Aquí, en Tromelin, “no hay posibilidad de evadirse”, explica.
Grandes partes de esta isla, formada por corales rotos por el oleaje, están reservadas a la nidificación de los pájaros.
En la base, además de los espacios comunes –comedor, biblioteca o gimnasio–, cada uno dispone de una pequeña habitación blanca con una cama, un escritorio, un armario y un lavabo.
“No he vivido en Tromelin, he trabajado en Tromelin”, dice Erell. “Es una aventura que estoy contenta de haber vivido, todavía más porque es mi último puesto como enfermera”, dice la mujer que quiere esta profesión que tanto ama porque no quiere terminar desgastada.
Los tres serán llevados en helicóptero a la isla francesa de la Reunión y el “Marion Dufresne” continuará su ruta hacia el sur en dirección a Crozet y Kerguelen.
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