El guía de alta montaña Pablo Pontoriero, de 42 años, llega volando a la entrevista con LA NACIÓN. No hay metáfora: su parapente amarillo y celeste con líneas rojas y blancas pierde altura hasta que aterriza a pocos metros de la base del Teleférico Cerro Otto, en el km 5 de la avenida Pioneros. Una turista de Buenos Aires acaba de hacer con él su bautismo en un vuelo biplaza y sus familiares aplauden cuando la dupla toca el suelo.
Hace exactamente una semana, Pontoriero también escuchó gritos y aplausos. Eran las 12.30 y se lanzaba en parapente desde la cima del mítico Cerro Torre (3133 msnm), en El Chaltén. Fue la segunda persona en volar desde esa cumbre (el primero fue el alemán Fabián Buhl en febrero de 2020) y formó parte de la primera cordada en combinar escalada y vuelo en parapente desde lo alto de ese pico. Una cordada son dos o más escaladores que progresan con la misma cuerda. En este caso, fue una de tres y todos bajaron luego en parapente.
“Ponto” nació en la ciudad de Buenos Aires, pero vive en Bariloche desde los 6 años. Escala desde chico y hace 9 años aprendió a volar en parapente. “Cuando terminé con mis cursos de guía de alta montaña tenía un poco más de tiempo libre y quise aprender a volar como deporte. Sabía que me iba a gustar, había hecho biplaza unos años antes y me parecía buenísimo combinarlo con mi actividad de montaña”, cuenta.
Fue ganando experiencia, haciendo diversos recorridos en montañas y combinándolo con sus otras pasiones. “Lo primero que hice en ‘combo’ fue esquí de travesía y vuelo en parapente. Iba al cerro López todo el día a esquiar y al final despegaba”, recuerda.
Y hace dos años sus sueños de unir disciplinas empezaban a formar parte de la historia del montañismo argentino. Pontoriero fue la tercera persona (el primer argentino) en escalar y volar en parapente desde la cumbre del Fitz Roy (3405 msnm). En aquel momento, tenía dos compañeros de cordada (que escalaron con él y luego bajaron a rapel), pero, este año, para su proyecto del Cerro Torre le faltaba gente con quien escalar.
La travesía
Fue su amigo Tomás Aguiló el que le presentó a quienes serían sus socios en la aventura: los suizos Mario Heller y Roger Schaeli estaban en El Chaltén y tenían intenciones de escalar el Torre, pero no conocían la vía en detalle. Además de cuerdas, piquetas y tornillos de hielo, en sus mochilas tenían velas de parapente.
Todavía en Bariloche, Pontoriero recibió un mensaje de Aguiló: “Ponto, te conseguí partners para volar desde el Torre”. Eso fue el miércoles 12 pasado. Al día siguiente, preparó su equipo y entusiasmó a un amigo para que lo acompañara en el periplo en camioneta hasta El Chaltén. Llegaron el viernes último a la noche.
“El sábado me junté con Roger y Mario, estuvimos todo el día viendo el pronóstico y preparando el equipo y la comida. Yo tenía la experiencia del Fitz Roy y ahora puedo ver el pronóstico con ojos de volador, porque las condiciones que se necesitan para escalar y volar son muy distintas. Al día siguiente, salimos para la montaña y el lunes hicimos la aproximación por el Campo de Hielo hasta un campamento más alto, en la ladera del Torre. Escalamos todo el martes y el miércoles volamos desde la cima”, resume.
Los tres montañistas ascendieron por la cara oeste del Torre, por una ruta conocida como Ragni di Lecco, que fue abierta en 1974 por un grupo de escaladores italianos. Se trata de una vía muy difícil, que incluye escalada en hielo y mixta (roca, hielo y nieve): “Escalamos la cara contraria a la que se ve desde El Chaltén. Son 14 largos [tramos] y 1200 metros de desnivel”, explica.
Los testigos privilegiados de esas horas fueron otros cinco escaladores argentinos (Luciano Cortez, Sebastián Beltrame, Ramiro Greco, Pedro Fina y Agustín Mailing) que estaban haciendo la misma ruta. Muchos de ellos son “amigos de la vida y la montaña”, como dice Pontoriero, aunque él no sabía que se los encontraría en el primer campamento.
La cima
Roger, Mario y Pablo no estuvieron mucho tiempo en la cumbre del Torre: dedicaron un rato a sacarse los grampones y arneses, reordenar el peso de las mochilas con el equipo de escalada y disponer las velas de los parapentes.
Pontoriero salió primero. “En la cumbre, viendo el poco viento que había, sabíamos que despegábamos seguro. Y, de hecho, fue un despegue muy bueno, muy franco. Nos pusimos unos diez metros más abajo de la cima, en una rampa de nieve. Teníamos la posibilidad de frenarnos, si lo necesitábamos, y luego ya había un punto de no retorno. Pero cuando despegué, antes de una pared que daba al vacío, ya sentí que estaba volando, venían livianitos los pies y la vela ya me estaba sosteniendo”.
Cuando sus dos compañeros estuvieron también en el aire, Pontoriero sintió alegría y alivio. “Iba muy tranquilo, era todo seguro. El aire estaba buenísimo, nada turbulento. Traté de no perderme ningún detalle. He escalado mucho en estos años en muchas de esas montañas, pero los ángulos que te da el parapente son increíbles”, se emociona.
Los testigos privilegiados de esas horas fueron otros cinco escaladores argentinos (Luciano Cortez, Sebastián Beltrame, Ramiro Greco, Pedro Fina y Agustín Mailing) que estaban haciendo la misma ruta. Muchos de ellos son “amigos de la vida y la montaña”, como dice Pontoriero, aunque él no sabía que se los encontraría en el primer campamento.
La cima
Roger, Mario y Pablo no estuvieron mucho tiempo en la cumbre del Torre: dedicaron un rato a sacarse los grampones y arneses, reordenar el peso de las mochilas con el equipo de escalada y disponer las velas de los parapentes.
Pontoriero salió primero. “En la cumbre, viendo el poco viento que había, sabíamos que despegábamos seguro. Y, de hecho, fue un despegue muy bueno, muy franco. Nos pusimos unos diez metros más abajo de la cima, en una rampa de nieve. Teníamos la posibilidad de frenarnos, si lo necesitábamos, y luego ya había un punto de no retorno. Pero cuando despegué, antes de una pared que daba al vacío, ya sentí que estaba volando, venían livianitos los pies y la vela ya me estaba sosteniendo”.
Cuando sus dos compañeros estuvieron también en el aire, Pontoriero sintió alegría y alivio. “Iba muy tranquilo, era todo seguro. El aire estaba buenísimo, nada turbulento. Traté de no perderme ningún detalle. He escalado mucho en estos años en muchas de esas montañas, pero los ángulos que te da el parapente son increíbles”, se emociona.
Fueron 25 minutos de vuelo inolvidables. Con unos 15 kilos de peso en las mochilas cada uno, los tres aterrizaron finalmente a 3 km de El Chaltén, en el valle del glaciar Torre. El resto –los cinco montañistas con los que se había encontrado- tardarían dos días más en descender del Torre y desandar el Campo de Hielo Sur hasta la localidad de Santa Cruz.
–¿Algún próximo desafío?
–Con lo del Fitz Roy y el Torre estoy súper hecho (se ríe). Ya va a surgir algo, seguro. Me gustaría hacer más vuelos de distancia, quiero pasar los 200 km volando. Con el parapente no se puede despegar desde cualquier cumbre, tiene que haber un lugar apto, amplio. Pero ahora, ante cualquier posibilidad que surja, el parapente viene conmigo.
Por Paz García Pastormerlo – La Nación.
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